Por Angie González del Camino Piña.
¿Recuerdas esas comidas familiares de cuando éramos niños?, ese instante en que nos llamaban con el clásico “¡A comeeeer!”, y dejábamos todo para ir a lavarnos las manos, correr hacia la mesa y con suerte, elegir el lugar favorito junto a tus seres queridos.
Eran momentos sencillos, pero llenos de significado.
Hoy, esta hermosa tradición parece desvanecerse poco a poco. Las exigencias laborales, los horarios extensos y el ritmo acelerado de la vida han reducido los espacios de convivencia. En muchos hogares, compartir la hora de los alimentos se ha vuelto un lujo… y a veces, tristemente, un hábito que ya no se valora como antes.
Pero quizá es momento de detenernos un instante y reflexionar. La mesa familiar no es solo un lugar donde comemos: es un escenario de convivencia, aprendizaje y presencia.
¿Por qué es tan valiosa?
Porque durante ese tiempo, podemos observar de cerca a nuestros hijos e hijas: su forma de relacionarse, sus expresiones, cómo comen, qué alimentos prefieren, cómo mastican, si están disfrutando, si están creciendo con hábitos saludables. La hora de la comida se convierte, sin darnos cuenta, en una ventana íntima que nos permite conocerlos mejor. La mesa se convierte en un espejo del alma familiar.
Diversos especialistas coinciden en que compartir los alimentos en familia genera beneficios que perduran toda la vida: fortalece el vínculo afectivo, fomenta la comunicación, mejora los hábitos alimenticios, crea rutinas sanas y nutre la sensación de pertenencia y seguridad en los niños.
Por esas razones, quiero invitarte… ¿Qué te parece si vamos paso a paso recuperando este espacio?
No tiene que ser perfecto, ni diario, ni complicado: basta con empezar por un momento, una comida, un pequeño ritual. Solo hace falta presencia.
Solo hace falta querer volver.
Y lo más hermoso es que no se necesita mucho para recuperar este tesoro.
No hace falta una comida perfecta, ni recetas elaboradas, ni tiempos exactos.
Solo hace falta presencia, solo hace falta querer volver.
Así que… ¿qué te parece si vamos recuperando este mágico momento?
Un día, una comida, un momentito para volver a estar juntos en familia.
Porque lo que se gana ahí, vale más que el oro molido.


